sábado, 21 de septiembre de 2013

Nita, un salto en el tiempo.

                      

           Me crié en un pueblo pequeñito, uno de esos en los que todo el mundo se conoce y que en cuanto te pegas con tu amigo del alma enseguida sale su madre a reñir con la tuya.
¡Vamos!, un sitio sin intimidad alguna, y mucho menos para un crío.
Mis oídos retumbaban con la cantarela habitual, "ya conozco la ralea de la que procede esa familia, no quiero verte con ese sinvergüenza nunca más". Nunca más, ¡me oyes!, nunca más.
¡Total!, como si a nosotros nos importasen las cosas de mayores, cuando nuestro único delito había sido un tirón del pelo, una patada en la espinilla y un par de dentelladas, y aquel "nunca más", resultaba demasiado lejano en el tiempo.
Ahora teníamos una ardua labor, conseguir que las madres se volvieran a hablar, era el modo más seguro para poder estar juntos sin necesidad de escondernos, ¿para qué narices se meterán en nuestras cosas?. Luego presumen de que saben mucho de la vida, ¡bah!, creo que no saben ni la mitad, de la media.

         Nino, mi amigo del alma, después de aquella gran gresca entre madres, se presentó en casa sollozando y con los mocos colgando, preguntaba por mí. Mamá puso los brazos en jarra, postura muy habitual en ella, era todo un previo a la zapatilla en el trasero. Respiró en profundidad mientras miraba fijamente intentando entender a aquel saco de lamentos que era mi amigo.Yo espiaba desde el rellano de la escalera y en menos de un minuto, la escuché llamarme.
En cuanto solucionamos el asunto de los mayores con múltiples peloteos, pactados previamente por ambas partes, nos iríamos a jugar más lejos, más que nada, por evitar problemas ajenos a nuestra voluntad. Si es que estos padres, ¡tienen que meterse en todo, sin tener idea de nada!
                   
        Recuerdo que Nino, jamás se había avergonzado de mear delante de mí. Sacaba "su cosa", nombre que le atribuí a aquella "cosa", si es que no podía tener otro nombre. Mientras yo, corría a señalar objetos, apuntaba desde una distancia razonable y los mojaba con su pis, incluso sabía arrastrar alguna chapa si se había aguantado mucho las ganas. Era realmente divertido y él estaba muy orgulloso de aquel don. Si yo hubiera tenido otra manguerita, como la de él, podríamos haber hecho competiciones y todo. Pero yo era chica, y las chicas no tenemos de esas "cosas".

Todo iba de perlas, hasta que el verano de 1977, le cambió.
Se había ido al campamento durante los meses de vacaciones escolares, igualito que el que se va a la guerra. En cuanto me enteré de su regreso, salí corriendo de casa para abrazarle, pero al verle, mis pies se pararon en seco, sentí como se me fruncía el ceño y se helaban mis venas.
La gente del pueblo decía que se había marchado un niño y había vuelto un apuesto mozalbete. Guapo o feo, eso no lo sé, porque de esas cosas no entiendo, aunque alto si que era aquel chico.
No, ese no era ni Nino, me lo habían cambiado. ¿Cómo no iba a saberlo yo que, le conocía mejor que nadie?.
Después de estudiarle durante tres días llegué a la conclusión de que sí era él, pero que había envejecido mucho durante el viaje, igual que en esas películas donde el tiempo pasa tan rápido que no da tregua para ir a la nevera a coger un yogurt, mientras se rebusca intentando encontrar el de fresa.

          La rutina dejó de ser la misma y comenzó a tratar con gente de su edad. Cuatro años de diferencia, no es mucho, pero a esas edades tan tempranas es un abismo difícil de saltar.
Paloma, mi compañera de pupitre decía que se había echado de novia  a Pilar, una vieja de de su curso. Ella le gustaba, eso no lo discuto, pero a mí me quería. de esto último estaba completamente segura.
Por aquel entonces decidí soltar las coletas  que tanto me apretaba mamá en la cabeza, pensé que esos dos lacitos que me ponía a ambos lados de la cara con mimo y que tanto le gustaban a ella, me rejuvenecían mucho. Incluso empecé a peinar el flequillo de lado. Menudas peloteras tuve en casa, como si a mis 6 años de edad no fuera lo suficientemente mayor para saber lo que me sentaba bien.
Nino debió advertir mi cambio de look, porque comenzó a fijarse en mí de nuevo, y aunque ya no jugáramos del mismo modo que antes, venía a meterse conmigo de forma frecuente, sin tolerar que nadie más lo hiciera.

Continuará..., o no

                       ...
                     


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