miércoles, 18 de septiembre de 2013

Mi gato (Cuento infantil)



Mi gato es simétrico, es muy bonito, de esos que llaman comunes.
Las rayas de su pata derecha son idénticas a las de su pata izquierda, parece que se han copiado en un espejo.

El rabo es frondoso y gordo, pero aquí, las líneas que se dibujan van de menor a mayor hasta la punta, aunque ¡claro!, también pienso que todas no pueden llevar el mismo tamaño porque éste se va haciendo más delgado.

He intentado contar los bigotes que tiene alrededor de su nariz, pero me cansé, mi gato se mueve mucho.

Me mira a los ojos, pero, pocas veces me obedece, creo que sólo lo hace cuando tiene hambre,  igual es que el pobrecito está un poco sordo.

Nunca se tropieza con nada, pero eso será porque tiene cuatro patas, si yo las tuviera tampoco lo haría.

Sabe subirse al armario, salta a los pomos y ¡zasssssss!, ya está encima. Luego me mira y tiene miedo a bajar,  porque se pasa allí un buen rato.

Ahora ha aprendido a abrir las puertas que hay en casa, igual ya sabía y no decía nada, así, no nos enteramos de sus escapadas. Yo no pienso chivarme. Es muy listo, mi gato.

Cuando viene a dormir a la cama restriega su cabeza en la mía, se mete entre las sábanas,  muerde un poco mi mano y luego ronca. No  sé cómo puede  roncar, ¡si ni siquiera fuma!. Es lo que le dice mi madre a mi padre, “si no fumaras, no roncarías tanto”, pero yo de esas cosas no entiendo.

Tampoco entiendo que la gente diga que mi gato es común, con muchísimo esfuerzo lo he buscado en el diccionario y ponía que es “algo de inferior clase o despreciable”. Algunas personas no tienen ni idea!.  ¡Bah!,  esa gente no nos conoce, ni a mí, ni a mi gato.

El de mi vecina es un “angora turco”, de pelo reventón. Siempre va hinchado, pienso que se lo tiene muy creído, pero,  no me cae mal, aunque es demasiado tranquilo y nunca hace nada,  a lo mejor,  es que se lo han prohibido para que no se despeine, no lo sé. A veces me da algo de pena,  mamá tiene un jersey con el mismo nombre, lo que no sé, es si es turco.  Cuando se lo pone,  va a la peluquería y se pinta los labios, luego ya no quiere jugar conmigo. Tiene que ser un “trauma”  vivir con ese jersey puesto a todas horas.

Mi gato se llama gato, aunque a veces me gusta llamarle Isidro,  pero, ¿para qué voy a ponerle otro nombre, si él ya tiene el suyo?. Es una duda que tengo, esa y lo de utilizar el “mi”, porque él es muy a su manera y muy suyo.

Le he escuchado hablar con los pájaros,  se pone en el alfeizar de la ventana y les saluda cuando pasan. Creo que sabe varios idiomas.

Una vez cogió un ratón que entró en casa, quería jugar con él, pero por más que le animó con las patas, el tonto del ratón se quedó dormido enseguida, se conoce que estaba cansado y tenía mucho sueño. Papá lo guardó en el contenedor de basura hasta que despertarse, pero luego ya no estaba. ¡Tendría prisa!.

Hay una canción que dice que a los gatos les gustan tanto las sardinas, que  resucitan con su olor. Lo que realmente le gusta al mío,  es el jamón de york, ¡si lo sabré yo!, en eso nos parecemos, bueno en eso y en lo de subirse a la mesa de la cocina, es muy posible que nos estemos contagiando hábitos. Tendré que comentarlo con mi tía que es médico y ella sabe mucho de enfermedades.

También le encanta saltar a la comba conmigo, aunque aún no ha aprendido a entrar y me pare todas las vueltas,  no desiste en su empeño, ¡cuando se le mete algo en la cabeza es muy terco, mi gato!.

¡Huy!!, y cuando intenta atrapar alguna mosca, me río mucho, ¡es todo un gimnasta en los saltos!.

Sabe cuando estoy mala porque en esos momentos no se separa de mí, se sube en mi hombro e incluso me lame la cara, ¡menuda lengua que tiene!,  la mía es más suave.

Es el gato más especial del mundo, no termino de entender por qué le llaman común.


Fin.

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