Mi gato es simétrico, es muy bonito, de esos que llaman
comunes.
Las rayas de su pata derecha son idénticas a las de su
pata izquierda, parece que se han copiado en un espejo.
El rabo es frondoso y gordo, pero aquí, las líneas que se
dibujan van de menor a mayor hasta la punta, aunque ¡claro!, también pienso que
todas no pueden llevar el mismo tamaño porque éste se va haciendo más delgado.
He intentado contar los bigotes que tiene alrededor de su
nariz, pero me cansé, mi gato se mueve mucho.
Me mira a los ojos, pero, pocas veces me obedece, creo
que sólo lo hace cuando tiene hambre, igual es que el pobrecito está un poco sordo.
Nunca se tropieza con nada, pero eso será porque tiene
cuatro patas, si yo las tuviera tampoco lo haría.
Sabe subirse al armario, salta a los pomos y ¡zasssssss!,
ya está encima. Luego me mira y tiene miedo a bajar, porque se pasa allí un buen rato.
Ahora ha aprendido a abrir las puertas que hay en casa,
igual ya sabía y no decía nada, así, no nos enteramos de sus escapadas. Yo no
pienso chivarme. Es muy listo, mi gato.
Cuando viene a dormir a la cama restriega su cabeza en la
mía, se mete entre las sábanas, muerde
un poco mi mano y luego ronca. No sé
cómo puede roncar, ¡si ni siquiera fuma!.
Es lo que le dice mi madre a mi padre, “si no fumaras, no roncarías tanto”,
pero yo de esas cosas no entiendo.
Tampoco entiendo que la gente diga que mi gato es común,
con muchísimo esfuerzo lo he buscado en el diccionario y ponía que es “algo de inferior
clase o despreciable”. Algunas personas no tienen ni idea!. ¡Bah!,
esa gente no nos conoce, ni a mí, ni a mi gato.
El de mi vecina es un “angora turco”, de pelo reventón. Siempre
va hinchado, pienso que se lo tiene muy creído, pero, no me cae mal, aunque es demasiado tranquilo
y nunca hace nada, a lo mejor, es que se lo han prohibido para que no se
despeine, no lo sé. A veces me da algo de pena,
mamá tiene un jersey con el mismo nombre, lo que no sé, es si es turco. Cuando se lo pone, va a la peluquería y se pinta los labios,
luego ya no quiere jugar conmigo. Tiene que ser un “trauma” vivir con ese jersey puesto a todas horas.
Mi gato se llama gato, aunque a veces me gusta llamarle
Isidro, pero, ¿para qué voy a ponerle
otro nombre, si él ya tiene el suyo?. Es una duda que tengo, esa y lo de
utilizar el “mi”, porque él es muy a su manera y muy suyo.
Le he escuchado hablar con los pájaros, se pone en el alfeizar de la ventana y les
saluda cuando pasan. Creo que sabe varios idiomas.
Una vez cogió un ratón que entró en casa, quería jugar
con él, pero por más que le animó con las patas, el tonto del ratón se quedó
dormido enseguida, se conoce que estaba cansado y tenía mucho sueño. Papá lo
guardó en el contenedor de basura hasta que despertarse, pero luego ya no
estaba. ¡Tendría prisa!.
Hay una canción que dice que a los gatos les gustan tanto
las sardinas, que resucitan con su olor.
Lo que realmente le gusta al mío, es el
jamón de york, ¡si lo sabré yo!, en eso nos parecemos, bueno en eso y en lo de subirse
a la mesa de la cocina, es muy posible que nos estemos contagiando hábitos.
Tendré que comentarlo con mi tía que es médico y ella sabe mucho de
enfermedades.
También le encanta saltar a la comba conmigo, aunque aún
no ha aprendido a entrar y me pare todas las vueltas, no desiste en su empeño, ¡cuando se le mete
algo en la cabeza es muy terco, mi gato!.
¡Huy!!, y cuando intenta atrapar alguna mosca, me río
mucho, ¡es todo un gimnasta en los saltos!.
Sabe cuando estoy mala porque en esos momentos no se
separa de mí, se sube en mi hombro e incluso me lame la cara, ¡menuda lengua
que tiene!, la mía es más suave.
Es el gato más especial del mundo, no termino de entender
por qué le llaman común.
Fin.
...
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